Parábola de la casa edificada sobre roca

Un hombre paseaba por la playa, cavilando sobre las incertidumbres de la vida, pues le asechaban grandes infortunios que lo mantenían atemorizado, y en su interior se debatía entre la angustia y la esperanza. En un momento determinado le llamó la atención la ingenua actividad de un niño, de mirada angelical, empeñado en construir un castillo de arena, pero sistemáticamente el oleaje desmoronaba las almenas y murallas recién edificadas, haciendo completamente inútil toda su ardua labor. Después de un rato el niño se dio cuenta de su presencia, y sonriendo le dijo; ¿de qué te asombras?, ambos estamos haciendo lo mismo.

A menudo hablamos de lo mal que está el mundo, de las guerras y conflictos que existen. Parece que es algo que está más allá de nosotros, absolutamente al margen de nuestra capacidad de obrar… pero yo te cuestiono; ¿cómo no va a haber conflictos, si en el fondo, cada uno de nosotros vive en guerra consigo mismo? ¿Quién es capaz de aportar una paz de la que carece?

¿Por qué te digo que existe esa lucha interior? La razón se halla en los argumentos que he dado en las dos entradas justo anteriores a ésta y en muchos otros puntos de este blog. En el silencio, en la soledad, en la introspección nos enfrentamos con nuestro demonio particular que nos reclama más, que no se conforma con lo que somos y tenemos. ¿Qué hacemos habitualmente? Huir. ¡Huimos de nosotros mismos! Sucede cada vez que evitas quedarte a solas, en silencio. Sucede cuando te sientes incómodo contigo mismo. Sucede cuando te enfrentas a los problemas de la vida y sientes la punzada del sufrimiento. Y es que efectivamente, somos como el niño que edifica algo que a continuación una ola desbarata por completo. Y al darnos cuenta rapidamente acudimos a reedificar lo derruido en un ejercicio agotador en el que intentamos erigir esperanzas donde hay angustias. Cuando reparamos una muralla derruida, otra cae. Así es la vida, nos decimos. Pero.. ¿es factible construir un castillo que no haya ni marejada ni ventisca que lo derribe?…. esto es, ¿es posible vivir en plenitud al margen de las circunstancias?  …  Sí, así es.

Hoy planteo un reto al que lea esto y le haya despertado su interés. El reto es un ejercicio… un ejercicio de vida interior, esa que todos tenemos pero de la que habitualmente nada queremos saber.

¿Eres capaz de permanecer un rato en silencio? Con los ojos cerrados, inmovil, relajado. Tu mente seguramente seguirá activa, nunca se detiene. Observa cómo revolotea. ¿Puedes abstraerte de tus pensamientos? ¿Puedes observarlos? Mira tus preocupaciones como si no fueran contigo. Observa los razonamientos de tu mente. Ah… ¿sufres con alguno de ellos? Obsérvate y comprende que los razonamientos, los pensamientos, esconden tras ellos algo que tiene una fuerza y energía enorme: el deseo. Tras cada idea subyace un deseo de algo. Cuando ese deseo reclama algo de ti es como si ese pensamiento se convirtiera en un gran arpón de hierro que se clava en tu corazón. Pasas la vida esquivando esos arpones… a menudo huyendo de ese encuentro interior contigo mismo porque no es sino un martirio sentir como cada deseo se clava, hiriente, en tu interior. Cada vez que deseas algo para ti sentirás ese arponazo, tanto más doloroso cuanto más inalcanzable se antoje lo deseado. Detente en esta parte del ejercicio un tiempo antes de seguir porque es importantísimo que comprendas esa dinámica espiritual que define tu ser más íntimo.

Pero este ejercicio no concluye aquí. He aquí la segunda parte. ¿Serás capaz de hallar el medio por  el que la poderosa fuerza del deseo deje de convertirse en un gran tormento? Sí, hay un camino, una mirada interior que apacigua esa hiriente punzada. Es un reto para tu mente, tu voluntad, tu corazón. Porque el deseo que te libera de ese dolor es el deseo de la bondad. Pero no… no te equivoques… no se trata de que mires lo bueno que hay en ti, porque de nuevo puedes darte cuenta de que dejas mucho que desear… ¡nadie es perfecto! No, te hablo de experimentar el Deseo, con mayúsculas. Un deseo infinito que sacia esa fuerza incontenible que hay en nosotros que no se bastará nunca en nuestra escasa capacidad… esto es, desear a Dios. Abandona todas tus preocupaciones por un momento y céntrate en el deseo de buscarle a El, de complacerle a El, de ajustar tu vida y tu alma en amar a Dios por encima de todo y de que todo cuanto eres se convierta en reflejo de ese Máximo Bien. ¿Qué es esto? Desear la Suma Bondad, algo que quizás ni siquiera puedas expresar con palabras, ni con pensamientos… tal vez un sentimiento te embargue. Si lo consigues es el corazón el que habla.  ¿Eres capaz de vivir esta experiencia durante media hora? ¿Eres capaz de repetirla todos los días? … porque esa experiencia puede cambiar tu vida por completo… primero en tu interior… después en cómo eres… finalmente en lo que haces. Y no es un cambio traumático, ni doloroso… sino tan dulce y afable que ni siquiera con el tiempo hallarás medio de explicar.

El deseo por Dios colma el alma y nos libera de las preocupaciones y angustias de la vida, así que cuando llega la inundación, esto es, las grandes contrariedades de la vida, tu casa interior permanece firme, pues hace tiempo que está tu alma firmemente cimentada, no sobre las cosas temporales del mundo, que vienen y se van, sino sobre el imperecedero Amor de Dios, que siempre colma y nunca se ausenta.

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Lucas 6, 47-48; Todo aquel que viene a mi, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Es semejante al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó, y puso el fundamento sobre la roca, y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa pero no la pudo mover porque estaba fundada sobre roca.

2 Respuestas a “Parábola de la casa edificada sobre roca

  1. quiero decirte que me parecen muy certeros tus comentarios Dice el libro «el arte de la guerra» QUE EL MEJOR GUERRERO ES EL QUE SE VENCE A SI MISMO. yo creo que en nuestros corazones se desatan la peores batallas y que sin duda son ahi -en nuestro interior- donde se deben vencer. la Biblia en el libro de proverbios versa: MAS VALE VENCERSE A UNO MISMO QUE CONQUISTAR CIUDADES. Debemos considerar esas grandes batallas.

  2. En efecto, la incertidumbre nos viene dada por la fragilidad de nuestros fundamentos, de los «cimientos» en los que se basan nuestros actos.
    Nos preocupan la seguridad, el futuro, … y nos angustiamos en vez de disfrutar del camino, de procurar ser felices en el dia a dia, recordando en todo momento que nuestra misión es hacer felices a los demás, procurar el bien y «trabajarnos» para ser mejores personas.
    Buena reflexion, y buenísima parábola. Un saludo.

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