De los misterios de la expiación

Cuentan que un ángel se le apareció a una anciana, gravemente enferma, a la que preguntó: Mujer, si te diera a elegir entre sanarte completamente o dejarte como ahora yaces, sumida en dolores, pero diciéndote que ese dolor sana y expía tu alma y las almas de las personas que amas, ¿qué elegirías?

Últimamente he reflexionado sobre el hombre que era antes. El agnóstico. Un atisbo de razón, un minúsculo asidero, era lo que sujetaba mi entendimiento del mundo a lo sobrenatural, a lo divino. Mi idea de Dios se limitaba a algo «pequeño», allí donde la ciencia lo había arrinconado… a un simple razonar cosmológico: Alguién tuvo que ponernos aquí,… Hubo una Primera Voluntad que lo arrancó Todo,…  Antes de que existiera el Cosmos estaba El. Y de esta manera mantenía a Dios lejos de mí, de mi vida, de mis quehaceres y preocupaciones… quedaba a solas con el único Señor que me sometía y dominaba, que me devoraba y destruía… sin yo saberlo: mi egoísmo.

Para el ateo o el agnóstico es muy difícil entender un texto como el que sigue, porque habla de la libertad, de la inmensa libertad del Hombre, que aún sin hacer nada, sin emprender acción alguna, vive en su interior un torbellino incesante, un duelo titánico de pensamientos e intenciones encontradas… que en la mayoría de los casos, en las oscuridad y en las tinieblas del hombre sin Dios, se dilucidan sordamente con la ayuda de eso que llamamos sentido común. Para mí, el camino triste y opaco de la vida, porque en la mayoría de las ocasiones este sentido justifica razonamientos egoístas, es coartada que sirve para acallar nuestra conciencia, es el instrumento que nos permite guiarnos, ciegos, en la oscuridad, y aún así, estar convencidos que caminamos certeramente.

Y me diréis… ¿y no es acaso irracional y absurdo obrar de otra manera?

Escribo estas líneas después de haber compartido una tarde con un grupo de personas cuya vida es muy difícil. Todas ellas están inmersas en situaciones desesperadas, la vida cotidiana de cada una de ellas supone un encuentro casi certero con la agonía, con una agonía interior provocada por circunstancias en sumo adversas…  sus motivos para la desesperanza son muchos. Y en ese encuentro, en ese diálogo que surge, al amparo de la fe, se constata una y otra vez cómo, en el alma, en lo más íntimo, una vez se descubre el misterio de nuestra libertad,  hallada  la presencia de Dios, surge  una luz que puede iluminar cuánto se piensa y cuánto se hace en la vida.  Absolutamente todo cobra otro sentido, otro significado, otra dimensión. Y en esas almas, presas fáciles de la amargura y la desesperación, hallo paz.

Es una esfera de diálogo ésta a la que me refiero que en nada tiene que ver con lo científico, pues se corresponde con una experiencia vital. Ni siquiera con lo psicológico puede tener parangón, pues al psicólogo toda referencia espiritual le lleva al terreno de la autosugestión, y esta experiencia de la que hablo no tiene nada que ver con motivarse a través de  «hermosos pensamientos» o ser ingenua y pretenciosamente «alegres optimistas». Es una perspectiva vital, que expresada en palabras, sólo puede referirse con aquel lenguaje que ya utilizaba Jesús: Luz, Camino, Vida. Pero Luz que no es luz física, camino que no es una ruta cierta, y vida … sentida de una cualidad superior a la que nunca uno hubiera sospechado.

Y esta libertad del alma, de elegir entre Dios y el Ego, entre el Amor y el Egoísmo, altera por completo el sentido del dolor y el sufrimiento.

Que nadie se alarme pensando que estoy hablando de autoflagelarnos y ponernos cilicios. Todo hombre está abocado al encuentro con el sufrimiento en la vida… da igual cuál sea nuestra condición, origen, raza… La vida, el mundo físico, aguarda para, en cumplimiento de sus leyes naturales, incluso abarcando  la propia maldad egoísta generada por otros hombres, hacernos daño. Así pues, considerando ese encuentro que hemos padecido, o sufrimos actualmente… o que dará con nosotros en el futuro,… cuando estamos sumidos en esa penosa angustia, inevitable, incurable, de la cual ya no podemos sustraernos, es cuando el alma puede transformar, a través de un verdadero milagro espiritual, lo que es dolor, por medio del Amor, en paz interior.

Y no hablo de resignación, que no es amor.

El amor, es plenitud y es entrega. Y para el que sufre sin opción -porque sus circunstancias ya son insalvables- existe aún así la libertad de elegir. Elegir entre aferrarse a su instinto egoísta que le advierte cuanto mal hay en su sufrimiento, en qué bueno sería tener o vivir en otras circunstancias, que se amarga en la lástima o desprecio que piensa inspira a los demás, que mira y se aferra a su imagen idolatrada ahora tirada por tierra … y que todo ello le causa un penoso sinvivir, llena de miedo, angustia, rencor, frustración …. O elegir liberarse de todo eso. Elegir entregar lo que mi voluntad egoísta desearía que fuera mi vida y no es; mi salud que no tengo, mi abundancia de la que carezco, mis circunstancias ideales que se echaron a perder, mi legítimo ánimo de venganza y revancha … y renunciar… o más bien, ¡entregar! esos deseos egoístas de lo que quisiera fuera mi vida y sustituirlos por mi deseo de aceptar y amar la voluntad de Dios en mi vida. Aceptar mis errores, mi mala suerte, mi enfermedad, mis circunstancias… y desprendido de deseos frustrantes centrados en mí mismo llenar mi corazón del deseo de amar a Dios y su voluntad sobre todo, y al prójimo como a mí mismo.

¡Qué poderoso efecto vital tiene ese deseo! ¡Qué luz! … y qué paz.

Y ante ese cambio… ¿cómo quedan esas penosas circunstancias en las que vivimos? ¿ese dolor que padecemos a diario?, ¿esa desesperación que nos atosiga y acecha para mordernos y despedazarnos en el momento más insospechado del día?

Esa ofrenda de lo que quisiéramos ser-tener-poseer y carecemos puede tener una bellísima contrapartida; el pensamiento y la certeza de que es purificación… porque en tanto dura en nosotros el dolor , éste no es sino el síntoma del apego a lo que tememos perder. Pero en el ejercicio de la entrega, de la desapropiación de nuestros deseos egoístas, el alma se va sosegando, se va llenando de la humildad de los que buscan a Dios sinceramente, y de su paz. Y el alma que deja de estar pendiente de sí misma para mirar a Dios y al prójimo no hace sino empezar a aprender a amar verdaderamente.

Y es el amor lo único que nos llena.

Y este ejercicio de entrega no es sino oración. Tiempo en el que el alma deja de mirar enfermizamente sobre sí misma y aprende a descubrir la infinita hermosura de la vida iluminada por la presencia divina.

Mateo 26, 39; Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como Tú quieres.

Una respuesta a “De los misterios de la expiación

  1. Cuando servimos con amor, cuando aceptamos nuestra situación o limitaciones nos convertimos en personas libres de todo sentimiento negativo.

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