El secreto de la templanza

El niño golpeaba el juguete contra el suelo. Le gustaba el sonido que provocaba… hasta que de pronto éste saltó despedido hecho añicos. En un primer momento el pequeño miró incrédulo la magnitud del desastre, y un segundo después estalló en un agudo berrinche para llamar la atención de su madre. Quería otro juguete cuantos antes.

Muy a menudo los adultos vivimos así, ante la menor contradicción nos sentimos profundamente abatidos. 

Es curioso como las personas apenas nos dedicamos, en general, a considerar aspectos importantes de la vida; ¿como somos? ¿qué nos causa dolor y por qué? ¿por qué soy como soy?… en cierto sentido nos dejamos llevar, hacemos poco por cambiar el cómo somos y sin casi darnos cuenta, día tras día, nos empequeñecemos, hacemos nuestro corazón mezquino, dominado por nuestras tendencias egoístas, hacemos nuestro corazón pétreo, víctima de nuestros desengaños y frustraciones… y así seguimos tirando por la vida, casi exclusivamente centrados en lograr determinadas metas, en las que desgraciadamente, a menudo predomina lo material sobre otra cosa, y en la que incluso las relaciones personales que debieran ser de afecto y entrega, se sopesan y calculan como un mero intercambio comercial.

En esta filosofía materialista y consumista del mundo en el que vivimos nos parecemos al niño que busca constantemente un juguete nuevo, y la búsqueda de un ideal mayor que nos colme interiormente y nos llene de paz no existe, si acaso, meras terapias de autoayuda de dudoso resultado y que nada tienen que ver con la verdadera paz interior que ansiamos. Son escasos los que encuentran en el Amor la verdad que nos hace libres.

En esta búsqueda se descubre que el amor es una actitud ante la vida que sacia cada uno de los instantes de la existencia, que nos llena aunque parezca que lo hemos perdido todo, que nos da paz aún en la peor adversidad… y se descubre que el amor es desprendimiento y entrega absoluta a El. Y en este descubrimiento del Amor se comprende qué es la virtud.

Porque una vez que el alma descubre los caminos que liberan el amor dentro de nosotros, a través del abandono en Dios, de la práctica del perdón, del descanso y la paz que brindan la oración, de la vida plena a través del don de la piedad,… se plantea el cómo pulir y crecer aún en ausencia de la adversidad, pues hasta entonces era en la prueba el momento en el que se estaba en disposición de crecer en Amor. Pero en ausencia de prueba… ¿qué hacer? Así descubrimos lo que es la virtud: la práctica ordenada del amor en nuestras vidas, en el día a día.

Sabemos que el amor es la renuncia a satisfacer nuestro interés para procurar la felicidad de otro. Y es eso precisamente lo que ha de buscar cualquier género de ejercicio virtuoso. Y en esa búsqueda descubrimos, entre otras, la templanza.

En primer lugar consideramos que la templanza es una manifestación de amor… ¿por qué? Porque supone hacer en primer lugar lo responsable y coherente, y dejar en segundo termino las apetencias egoístas, y éstas, además, satisfacerlas de forma moderada. Como todo en lo espiritual, no se trata de hacer nada porque sí. Si en nuestro interior la vivencia de esta virtud resulta incómoda es porque no estamos viviéndola como una manifestación de renuncia-amor, sino como una simple y antipática represión del ego. El Espíritu Santo en la oración es quien obrará el milagro de convertir lo amargo o insípido en dulce néctar del alma; amor.

Pero… como toda virtud importante que puede ser escrita en mayúscula, tiene algo de inasible y vago… ¿cómo ejercemos la templanza en nuestra vida?

Como nos sucedía con la humildad, en la que descubríamos que existe una virtud menor -la paciencia- cuyo ejercicio nos encamina directamente en pos de esa otra mayor, con la templanza sucede otro tanto en relación con otra menor,  la disciplina.

La disciplina es una virtud menor, pero cuya vivencia es fácil de identificar. La disciplina ha de servir en primer lugar para ordenar nuestro tiempo, de manera que se viva en orden las prioridades que serenamente descubramos en la oración. Como toda virtud ha de encontrar un sentido de amor a las normas que establezca. Carece de sentido imponernos una vida incómoda y encorsetada que nos amargue y deprima y el orden que pretendíamos nos resultará antipático y cansino. Los propósitos que descubramos han de ser proporcionales a nuestra capacidad, pero sobre todo, se trata de descubrir el orden correcto en el que hacemos lo que hacemos, buscando ante todo la prioridad en el otro y en Dios, antes que en uno mismo.

La disciplina nos debe ayudar a vivir de tal manera que primero satisfagamos lo importante – y aquí entendemos tanto lo espiritual como las responsabilidades que debemos cumplir-  y dejemos para después lo que nos apetece. Viviendo de esta manera estamos ejerciendo diariamente la virtud de la templanza, y como toda práctica virtuosa, está nos colmará, nos llenará de paz, dará sentido a lo que hacemos.

San Juan, 15,5: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto

2 Respuestas a “El secreto de la templanza

  1. Siempre es agradable, leer tus reflexiones, gracias.
    Un saludo

  2. Maravillosa como todas ! ciertamente edificante. gracias. ojala fueran más frecuentes.

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