El lenguaje del espíritu

¿Te has preguntado por qué una mirada de compasión significa mucho más que las palabras más convenientes? ¿por qué el gesto de cariño de una madre no necesita de ninguna explicación? ¿ por qué el acompañar al que sufre a menudo simplemente requiere de silencio? ¿por qué cuando el amor llena nuestra corazón no sabemos expresar lo que sentimos? ¿por qué a veces la tristeza que nos invade es una simple sensación difusa e inexplicable? ¿por qué, en suma, a menudo lo que sentimos es tan diferente de lo que decimos?

Independientemente del que una persona sea o no creyente, que esté abierta o no a la trascendencia, todos tenemos una dimensión espiritual, un ámbito en el que experimentamos el «sabor» de la vida, sus alegrías y momentos felices, sus tristezas y amarguras. Muchos entenderán que el dominio y conocimiento de este ámbito se refiere a lo que hoy en día muchos aluden con el concepto de «inteligencia emocional», un interesante termino psicológico por el que se clasifica a las personas en función de su capacidad de comprenderse a sí mismos, comprender a los demás, de hacerse comprender y de incluso motivar e influir en otros, haciendo de la capacidad de empatía un instrumento casi mercantil que facilita el camino del éxito en las relaciones personales y profesionales. Comprendo que resulta interesante este ámbito y ese planteamiento, pero la dimensión espiritual del hombre abarca muchísimo más, me atrevería a decir, infinitamente más. Lo que sucede es que esta denominada inteligencia emocional araña la superficie de lo que es nuestra faceta espiritual, y sucede que en la medida que somos conscientes de cuál es su naturaleza y condicionantes, más cerca vamos a estar de experimentar la plenitud en la vida, y cuánto más ciegos seamos a sus características y connotaciones, más entenderemos la vida como una sucesión de malos y buenos momentos que tocan vivir según las circunstancias que el destino, la suerte y las casualidades determinen.

Ante todo ha de entenderse que el lenguaje espiritual, si es que pudiera decirse que tal concepto es apropiado, no consta de palabras, por muy humana que sea esta dimensión de la persona, y su lógica es completamente distinta de lo que nuestro raciocinio puede dilucidar, pues así como nuestra razón es capaz de determinar un argumento y exponerlo, las razones del espíritu sólo se comprenden en la medida que somos capaces de experimentarlas, no hay otra manera, y por eso resulta además tan arduo y difícil de explicar, pero merece la pena intentarlo, es mucho lo que hay en juego.

Lo primero que ha de entenderse es que en el ámbito del espíritu el lenguaje se conforma no de vocablos o palabras, sino de intenciones y deseos, y las consecuencias de las mismas, su efecto, nuestras emociones. En este ámbito no habla nuestra mente, sino nuestro corazón. Así como para elaborar un razonamiento confeccionamos una frase que refleja una idea, nuestro corazón no hace tal cosa, simplemente desea algo conforme quiere satisfacer un objetivo. Este enunciado es ciertamente breve, pero esconde todo el secreto de nuestra naturaleza espiritual, una naturaleza que ningún científico ni psicólogo podrá explicar jamás, pues en todo el reino animal esta capacidad y esta naturaleza son únicas pues en en el ámbito humano el corazón goza de un privilegio único, la libertad de elegir qué fin satisface su deseo. Por ello, sólo la consciencia, y el alma que la sustenta, generan esta lógica irrepetible. Y esta sabiduría y este conocimiento es desdeñado y menospreciado por el mundo, siempre ávido de lo material, ignorando que es en el ámbito del espíritu donde se dilucida nuestra paz interior o nuestra desdicha.

Así pues una persona no es sino el reflejo emocional de la filosofía vital, de la intención, que subyace en todo cuanto hace y piensa. Nuestro bienestar espiritual o nuestra angustia existencial no son sino consecuencia de cómo afrontamos nuestra vida. He conocido ya a demasiada gente a lo largo de los años como para haber contrastado esta certeza. He tratado tanto a personas muy bien situadas para afrontar cualquier eventualidad pero cuyo espíritu yace temeroso y amedrentado, insatisfecho o lleno de rabia incluso ante contrariedades remotas e improbables en el futuro, o muy lejanas, ya en el pasado. Otras sin embargo padeciendo graves adversidades  hallan a través de la fe una entereza y ecuanimidad formidables. Las circunstancias no son sino el crisol en el que se pone a prueba nuestra consistencia interior, en el que se constata la fortaleza de nuestro espíritu y la integridad de nuestro ánimo.
¿Y qué determina esa diferencia crucial entre personas diversas y circunstancias tan marcadamente opuestas? ¿Cuál es ese idioma espiritual, cuáles sus palabras, sus argumentos, su sintaxis? ¿Cuál es el secreto de ese idioma de lenguaje desconocido pero que todos pronunciamos incesantemente, inconscientemente? Ese idioma podría decirse que tiene dos vocablos principales, Dios y Ego,-pero recuerda, no me refiero a palabras, sino intenciones en pos de la cual la voluntad se encamina, en ellas descansa el radical ejercicio de libertad que ejercemos sistemáticamente- que también puedes identificar con amor y egoísmo, una dicotomía de opuestos, entre los cuales se dirimen cada una de nuestras palabras, tanto dichas como calladas, argumentos tanto elaborados como mal construidos, acciones y omisiones, pensamientos completos o fugaces, elucubraciones articuladas y deseos desvanecidos, intereses varios, objetivos, metas, espejismos de la imaginación… da igual, pues en cada instante de nuestra vida nuestro corazón ejerce, infatigable, su libertad, y elige, y elige, y elige… y afrontamos cada momento del día, cada circunstancia, cada adversidad, cada noticia…. y elegimos, y elegimos, y elegimos, aunque no tengamos tiempo ni para pensar, siempre nos enfrentamos a esa ineludible dicotomía, e incluso, en el más enrevesado de los misterios, habremos de constatar que incluso la apariencia de un obrar desinteresado puede  esconder en el fondo un motivo egoísta, pues la secreta elección que cada corazón elige sólo la conoce uno mismo y su Creador. La naturaleza de este idioma hace que para pronunciar una palabra de amor, antes, verdaderamente, habrás de desearla. De no ser así todo es pura apariencia. (Y es esta la razón que explica el texto del nuevo testamento con el que concluye este artículo)

Y una vez hemos «hablado» con el espíritu, es decir, hemos elegido en nuestro corazón una forma de entender y afrontar un suceso, por ejemplo una adversidad, experimentaremos nuestra emoción como consecuencia de nuestra elección. Si ante la adversidad abrazamos la voluntad de Dios y decidimos hacerle frente con los medios de los que disponemos,  asumiendo y aceptando de antemano cualquier revés como un acto de amor, de desprendimiento de aquello que nuestro ego ansiaba, hallaremos paz y serenidad. Y si por el contrario guiados por nuestro ego nos enfrascamos en las mil y una implicaciones negativas, en los «que dirán» y cualesquiera otras consideraciones que tengan en uno mismo su epicentro, sufriremos, tanto más cuanto mayor sea nuestro «amor» por nuestra estima. Y en este idioma existen multitud de fases, de estados intermedios, de grises oscuros y blancos difuminados, en los que una noble intención se empaña de ideas egoístas, o de que una intención incorrecta se suaviza con una consideración compasiva. Por eso mismo es tan equivocado como imprudente juzgar al prójimo y difundir calumnias, crítiqueos y habladurías. Podemos ver sus actos, dificilmente sus intenciones. De igual manera este idioma de amor y egoísmo abarca todas y cada una de las acciones interiores a las que debe enfrentarse una persona en vida, y que de una manera u otra se explican en los siete círculos de este blog.

Es importante comprender que las razones del espíritu son rara vez «visibles» verdaderamente para las personas, exigen conocimiento propio, vida interior. Muy a menudo, sin capacidad de trascender, el yo y el ego son una misma cosa. Yo soy mis intereses. Yo hago y deseo cuanto me conviene a mí mismo en primer lugar. Argumentan que el amor implica un dar y un recibir, un cubrir una necesidad, -a menudo para explicar este concepto acuden a esa palabra, necesidad- y cegados en la más absoluta oscuridad ni se comprende ni se dilucidan los verdaderos resortes del alma, con lo que no se percibe que además de ese foco de atracción tan poderoso y claustrofóbico que es el Ego, existe otro que nos multiplica, expande, colma, que es Dios. Sin la vida de oración la comprensión de esta vivencia resulta, francamente, imposible. Por ello Jesús decía, no en vano, a los fariseos, que todo aquel que pusiera su doctrina por obra, comprendería inmediatamente de quien procede, pues, efectivamente, quien de todo corazón busca y desea amar a Dios sobre todo, lo experimentará, y al experimentar ese gozo y esa paz, se comprende instantáneamente, de dónde procedía tal doctrina.

Marcos 12, 41-44; Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca;porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento.

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