El pecado

He aquí un concepto con muy mala prensa, que en seguida nos trae a la cabeza ideas asociadas a sentimientos de culpa, remordimientos, complejos… y a fin de cuentas es sólo una palabra. La verdad es que tal vez lo que deberíamos hacer es recuperar desde cero el sentido de este concepto, borrar la pizarra, olvidarnos de ideas más o menor peyorativas en relación a este termino y examinar sin ningún tipo de prejuicio lo que esta idea implica.

Pecado es todo aquello que nos aleja de Dios. Si hemos visto que precisamente lo que nos conduce a El, lo que nos libera del Ego y nos brinda una enorme paz interior es algo tan deseable, el abandono de esa meta tendrá una notable consecuencia, la pérdida de la paz interior… pero no sólo eso, el pecado entraña además hacer un daño; un daño principal a nosotros mismos, un daño secundario al prójimo, y en tercer lugar, de una manera difícil de entender y mucho menos de explicar, entraña una ofensa a Dios, ya que en cierto modo nuestra alma desprecia su amor por nosotros.

Pero de lo que vamos a hablar es de las consecuencias sobre nosotros mismos y sobre los demás. Ni siquiera voy a comentar los pecados uno a uno sino voy a ir a la raíz misma del pecado, su nacimiento, que no es otro que nuestro corazón, sus anhelos y deseos, las intenciones hacia las cuáles dirige sus afectos… cómo decía en un capítulo anterior, la mirada del alma.

Cuando empecé a leer con renovado interés el Nuevo Testamento una cuestión me atraía poderosamente la atención. He aquí que Jesús reprendía publica e insistentemente a los fariseos su hipocresía. El fariseo se consideraba un fiel cumplidor del sofisticado código ético y de costumbres judíos, personas respetables, cumplidoras de la ley, alguien a quien imitar… y sin embargo Jesús no los podía ni ver. ¿Cómo es esto si a fin de cuentas cumplían los mandamientos? Claro que no. Jesús veía sus verdaderas intenciones y es esto lo que cuenta. Es decir, incluso el acto más cartitativo puede empozoñarse por una intención corrupta y es al deseo que orienta nuestras acciones al que debemos atender tanto como las acciones mismas.

Tomemos un par de citas esclarecedoras. Mateo 5,27 «Oisteis que fue dicho: no cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón». Mateo 15,17 «No entendeis que todo lo que entra en la boca va al vientre y es echado en la letrina?. Pero lo que sale de la boca del corazón sale,  y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas son las cosas que contaminan al hombre».

Así pues lo que contamina, lo que daña, el pecado que mancha el alma, es lo que nace del corazón. ¿Qué es esto?… nuestros pensamientos, anhelos, deseos, intenciones… todo lo que pasa por nuestra mente cada instantante de cada minuto… ¿no es para volverse loco? ¡Pues no! Es más fácil de lo que parece porque en la vida de espíritu en seguida se comprende que todo lo que no te acerca a Dios te aleja de El… y lo que te aleja te turba, causa desasosiego. No se trata de examinar esquizofrenicamente todo lo que conscientemente anhelamos… sino de sentir que deseamos encauzar nuestras intenciones hacia El…pasando por el prójimo.

¿Pero es que simplemente desear algo malo nos causa un mal a nosotros mismos?
Si no hubiera mal en lo que deseamos… una persona cargada de odio realmente no estaría haciendo nada malo… y es verdad, lo que se dice hacer no hace nada malo, pero dentro de ella su alma se encoge, se llena de resentimiento y se amarga. El pecado ya está obrando un mal sobre el que tiene un mal deseo para el prójimo y si tiene trato con esa persona o bien fingirá hipocritamente o bien le mostrará desprecio. Si respecto a esa persona odiada cambiase de actitud, a través del perdón por ejemplo, y la tratase con amor como consecuencia de ese cambio interior.. ¿no se habría engrandecido su alma y hecho más humana, incluso de una cualidad superior? ¿No cambiaría por completo una relación tensa por otra cordial? De la contraposición de las dos situaciones observamos como tanto el que odia como el que es objeto de ese odio sufren un daño que se traducirá en una relación personal tensa, en malos sabores de boca y situaciones desagradables que incluso tienen repercusiones posteriores en otras facetas de su vida…

Una persona llena de envida no hace ningún mal… pero el pensamiento de la envidia la hace sufrir – como el que odia – y de nuevo su alma se vuelve mezquina. No ha obrado un mal, pero seguramente será incapaz de tratar con afecto a la persona que envidia… su trato con el prójimo se resiente y él es la primera víctima de su pecado. La actitud de fijarse en lo que tienen los demás y él no posee la destruye interiormente, no sólo por la frustración que pueda generar, sino por su dificultad de tratar a las personas con cariño porque ese vicio de la intención lastra su perspectiva de las personas, sencillamente ve a las personas en función de lo que tienen.

De la misma manera el desear a una mujer, o un hombre, empobrece a quien tiene el  deseo porque considera a esa persona como un bien  que quiere poseer, pero no como persona sino como objeto de un deseo sexual… El hecho de ver a las personas bajo ese prisma limita por completo como se relacionará con ellas, seguramente manifestando una profunda timidez o bien un comportamiento exagerado y agresivo, .. la idea que tiene en relación al otro puede ser la de «conquistar» para sí mismo porque a fin de cuentas esa es la intención que ha sido su referencia.
Lo bueno, lo grande, de la vida espiritual es que todo lo que pasa por nuestra mente cuenta y es que nos hace crecer en amor o empequeñecernos. El que cada intención sea importante, aunque después ni siquiera se concrete en una acción, y además, tenga tanta repercusión interior, da a la vida una intensidad tremenda.

Y no puedo concluir este capítulo sin una importante consideración. Como en todas las cosas también en las del espíritu podemos estar sujetos a intenciones equivocadas. Una de las principales lecciones del pecado es el conocimiento de nuestra propia debilidad y no hay mejor parábola que la del hijo pródigo para ilustrar esto. En cualquier caso es necesario remarcar una idea muy importante. El acceso a la vida de espíritu no nos va a librar de cometer pecados y sucederá si nuestra conversión fue algo marcado y notable, que sintamos un profundo pesar y abatimiento… sentimiento de culpa, y resultará muy esclarecedor establecer cual es su origen, pues nada que nos conduce a Dios es desagradable, y en cambio cuando la mirada del alma se dirige a nuestro Ego es cuando hallamos angustias y frustración. Así que… ¿no será ese sentimiento de culpa sino nuestro propio orgullo herido al comprobar que somos de barro? No, el pecado no debe ni alarmarnos, ni frustrarnos ni desanimarnos…. salvo que dejemos que el Ego vuelva a tomar el mando en nuestra vida. No evitamos el pecado porque sea algo malo, algo que no se debe hacer… es que si se busca a Dios es porque esa búsqueda nos da plenitud, significado a la existencia, nos colma….y el pecado es aquello que nos estorba en ese fin. Dar un significado exagerado o sentir un implacable sentimiento de culpa no es sino atender de una forma distinta un requerimiento del Ego, «yo me creía ya un santo de Dios», tan equivocado y dañino como el propio pecado.

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