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La ecuación de la vida (II)

¿Por qué, si el bien más preciado que puede poseer la vida de una persona es su paz interior, malgastamos todas nuestras energías y fuerzas en conseguir cosas que tan poco tienen que ver con ella?

Si estudiamos cada cual  el «mecanismo» de su propia alma, si fuéramos capaces de diseccionar aquella función que explica por qué sentimos lo que sentimos, seguramente coincidiríamos al aceptar las partículas elementales que la configuran. Establecíamos ese símil con una ecuación que nos mostraba que fruto de la disparidad entre lo que una persona desea y la realidad a la que pertenece y está sujeta,- en todo género de facetas de mayor o menor relevancia-, surgen todo género de emociones, desde la paz a la angustia, de la alegría a la depresión, de la felicidad al miedo. Y cuanto más lo consideres más comprenderás cómo surge la envidia, la codicia, el odio… pero de igual manera si satisfacemos correctamente ambos términos encontramos la paz, el amor, la bondad, la caridad… Pero no nos adelantemos.

Comenzamos descartando ese primer consolador del espíritu humano que es el amor a sí mismo, o la autoestima, dado que era el punto de partida que mi interlocutor protagonista del artículo anterior, había intentado utilizar una y otra vez como soporte de su felicidad a lo largo de toda una vida, sin lograrlo, y a pesar de una larga retahíla de éxitos profesionales y personales diríase que esta filosofía vital no sólo no sirve para este propósito, sino aún peor, nos hace especialmente vulnerables al fracaso, a la adversidad, menoscaba nuestra capacidad de amar y ser comprensivos. Descartada esa filosofía vital en la que admitimos que  el amor a sí mismo no procura la felicidad (al final del artículo añado dos enlaces en los que se explica esta cuestión en profundidad), y comprendiendo a su vez que eludir nuestra insatisfacción presente mirando al futuro es igualmente un engaño pueril en el que podemos consumir tontamente nuestra vida, mi interlocutor buscaba en un hedonismo moderado la fuente de la felicidad, como si pensara que tal vez había trabajado demasiado y hubiera olvidado los sencillos placeres de la vida y que escondidos tras ellos como en un simple juego infantil, se hallara la misteriosa fuente de la dicha humana.

Y en cierto sentido, según a qué nos refiramos, pudiera estar en lo cierto. ¿Hablamos de amistad, familia, compartir? Entonces estamos hablando de amor… y eso significa tomar actitudes acertadas, aunque en la mayoría de las ocasiones observo que tras ellas existen actitudes erróneas enmascaradas… ¿Estamos hablando de verdadero amor o simplemente buscamos un auditorio «instrumental» que nos haga pasar un buen rato? Porque el corazón humano es terriblemente egocentrista, es su marca de fábrica, y no es difícil descubrir matrimonios instrumentales donde más que amar se establece una relación de necesidad, o relaciones donde priman los sentimientos de posesión -los celos- o amistades que se quieren ejercer acaparando al otro. Hoy día muchas veces se usa la palabra amor y no se sabe ni lo que se quiere decir. Somos víctimas de lo «políticamente correcto» y bajo palabras de sentidos ambiguos, eufemismos, expresamos una idea nefasta para el espíritu humano revestida de términos nobles y etiquetas biensonantes.

Pero recuperando el hilo, prosigo; tampoco hace falta ser muy sabio para darse cuenta que esa filosofía sencilla y bien intencionada de llenar nuestra vida de buenos momentos resulta igualmente simplona e ingenua. No todas la reuniones familiares salen como uno quisiera, a fin de cuentas cada cual tiene su carácter, sus opiniones. Nunca sabes si un encuentro de amigos va a resultar una tertulia inolvidable o una charla anodina. Puedes ir al cine pensando que vas a ver un gran estreno y salir absolutamente decepcionado. De hecho cuando nos ilusionamos con expectativas excesivamente positivas solemos acabar con frecuencia en ese sentimiento. Y además… si la vida fuera una colección de buenos momentos que vamos guardando en la memoria, como una especie de almanaque con muchas hojas en blanco entre anotación y anotación… ¿serviría finalmente para afirmar mi vida ha sido plena? ¿compensarían esos buenos momentos aquellos otros duros y amargos que nos ha tocado vivir? ¿nos mantendría a salvo de todo género de decepciones y adversidades? He pasado malos tragos en mi vida, y agradezco muchísimo el apoyo de amigos del alma en esos duros momentos…. pero comprendo ahora que cuando mi filosofía vital era errónea, las amarguras me amargaban, mi corazón se empequeñecía, y lo que yo denominaba fortaleza no acababa siendo sino debilidad, error, ceguera. ¡No!, desdeño el camino del simple bienestar y del placer de las cosas sencillas, no porque sea una mala filosofía, sino por ser claramente insuficiente. Ademas a mis recuerdos acuden ejemplos de vidas truncadas que empujadas por el afán egoísta   de disfrutar de la vida con moderación, cometían con el tiempo excesos que finalmente no eran sino errores cada vez más graves que depararon finales tristes y dolorosos. Seguro que tú lector conoces buenos ejemplos de lo que me refiero.

Otro de los mecanismos por los que eludimos la dolorosa diferencia entre lo que soy y mis circunstancias y lo que me gustaría ser y mis circunstancias ideales, es el entretenimiento. Diría que es la droga de la sociedad moderna.

El principal síntoma de la paz interior y la felicidad es la ausencia de la necesidad de estar siempre entretenido. ¿Por qué sucede esto? Porque siendo felices, sintiéndose plenos, el recogimiento en silencio interior nos muestra lo que llevamos dentro, que es paz, y  en ella nos deleitamos. Cuando una persona, que por ejemplo, vive sola, llega a casa, y casi inmediatamente tiende a encender algún aparato audiovisual, algo en lo que poder interactuar, entretenerse, … es  muy probable que intente evitar el asalto de una sensación de agobio, de temor a empezar a darle vueltas a la cabeza a todo género de asuntos que nos desagradan y causan malestar… esa sensación de que uno mismo es su peor enemigo no es sino fruto de esa ecuación mal compensada. Lo que yo soy con mis circunstancias de todo tipo, laborales, sociales, afectivas, económicas, no es lo que a mí me gustaría que fuera. El entretenimiento, en suma, no resuelve nuestra infelicidad, simplemente la mantiene oculta, y convierte nuestra vida interior en algo temible: nada resulta más agobiante que estar sólo en silencio y es preferible cualquier ocupación a eso. Y en este sentido debemos aplicar al término «entretenimiento» una acepción más amplia que la convencional. He conocido personas que vuelcan todas sus fuerzas en el trabajo para rehuir otras circunstancias de su vida que resultan incómodas.

Cuando he explicado esta ecuación de la vida a varias personas el recibimiento ha sido un tanto escéptico, pero sin embargo no me han dado una respuesta convincente alternativa. Todos en cierto sentido tendemos a justificar nuestra existencia y, frente «al otro», nuestro interlocutor, -y seguramente tú mismo, estimado lector ocasional puedas, siendo un tanto crítico contigo mismo, reconocerlo- mostramos nuestro aspecto más entero y atractivo, consideramos que somos razonablemente felices, podríamos decir. Sin embargo la plenitud de la que hablo es sencilla de corroborar en un simple examen de conciencia: ¿te enfadas con facilidad? ¿tienes pensamientos que perturban tu ánimo? ¿cómo reaccionas emocionalmente frente a todo tipo de contrariedades, grandes y pequeñas? ¿te cuesta recuperar tu ánimo y tu paz interior cuando has resultado ofendido? ¿trasmites paz a tu alrededor, incluso con personas vehementes y agresivas? ¿cómo vences los miedos a lo que podría sucederte? ¿te sientes insatisfecho?…

Y cuando he cotejado esa aparente felicidad que me mostraban mis interrogados con esos enfados y preocupaciones, con esa incómoda discrepancia entre lo que son las cosas y lo que me gustaría que fueran, callaban.

Callaban porque a menudo las personas carecemos de ningún genero de recurso, de sabiduría, de verdadera sabiduría, sobre la que apoyar nuestra vida. La mayoría elige la senda fácil, se hace cualquier cosa antes de mirar introspectivamente en nuestro interior y preguntarnos por lo verdaderamente importante…. y al eludirlo, desperdiciamos la vida.

¿Cómo equilibrar esos siempre discrepantes términos entre lo que soy y lo que me gustaría ser?

San Mateo 7, 13; …porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella.

Los enlaces prometidos:

La trampa de la autoestima

El amor a sí mismo

Realmente este artículo resume muchos puntos que ya se han ido abordando anteriormente en este blog, pero para el desarrollo de la idea que presento resultaba oportuno hacerlo así. A continuación, en el próximo artículo, último de la serie, se presenta una de las cuestiones que más oscuras se nos antojan; la capacidad de odiar, el deseo de destruir a un semejante. Para bien y para mal nuestra alma tiene la habilidad de trascender al propio yo. A raíz de esa trascendencia no sólo se encuentran las fuentes de paz y felicidad del hombre, sino, cuando son mal empleadas, manipuladas o tergiversadas, surgen los conflictos, enemistades, guerras…. y lo peor de lo que es capaz el género humano.